San Isidro Labrador en los años 40 y 50
Autora: Yolanda Gallego Monedero
Tengo que agradecer, de antemano,
a las personas mayores que han
dedicado su tiempo a contarme
cómo celebraban ellos la romería de
San Isidro Labrador allá por los años
40 y 50. De tantas y tantas cosas
que me han contado, anécdotas
incluidas, aquí quiero dejar plasmadas
algunas de ellas. Seguro que muchos
alcazareños de las quintas del 50
hasta el 60, van a recordar gratos
momentos leyendo este artículo.
No tenía la suerte el Santo, de subir
al cerro en un remolque, ni mucho
menos. Cuando se empezó a celebrar
su romería, era subida la peana con el
santo en un carro tirado por bueyes,
o a hombros de los mismos miembros
de la hermandad. Los bueyes se
cambiaron por mulas años después.
Aquello no cambió hasta los años
70, cuando aparecieron los primeros
tractores a los que se podía anexar un
remolque donde se subía al Santo.
Por los años cuarenta, la romería
de San Isidro suponía desde días
antes, una fiesta que se preparaba
con mucha ilusión. La noche antes,
se disfrutaba de la verbena popular
y se tiraban cohetes. Los romeros
preparaban sus carros, y el mismo
día de la romería, bien temprano,
se decoraban con ramas de olivo y
pámpanas, así como flores silvestres
y claveles y rosas; las mulas llevaban
también las colleras y las cabezadas
adornadas con madroños. Esta
tradición se conserva hasta nuestros
días.
El traje típico manchego, refajo,
mandil, faltriquera, pololos, calcetines
de hilo, camisa blanca, chaleco
negro y pañoleta, era lucido tanto
por las mozas, como por las no tan
mozas. Los hombres, muchachos y
niños vestían con pantalón de pana,
camisa blanca o blusón, chaleco y
fajín. Pañuelos atados a la cabeza
y sombreros de paja, así como las
alpargatas de esparto atadas con
cintas rojas o negras, y las albarcas
de cuero, daban el toque final a la
vestimenta propia de los labradores
que ese día glorificaban al santo.
El recorrido de
la romería era
el mismo que en
nuestros días,
pues partía de la Iglesia de San
Francisco, subía por la Calle Emilio
Castelar hasta la esquina del Cristo,
y ahí giraba a la derecha, bajando
de nuevo, hasta llegar al camino
que lleva el nombre de nuestro
santo, hasta el cerro. Pasaba por la
Academia Cervantes, que para los
que no se acuerden o no la hayan
conocido, estaba situada en la calle
San Francisco, junto a la misma
iglesia, y por el Convento de Santa
Clara, que actualmente es hotel.
En el cerro, se
reunían los grupos
de amigos y las
familias.
Allí se prep
araban buenos calderos de
comida típica manchega. Gachas con
tocino, peroles de Carne a la pastora,
pipirranas y chorizos a la brasa, y se
acompañaba todo ello con un buen
vino manchego, que hacía las delicias
de grandes y algunos pequeños.
Por ello, la bajada del cerro de los
romeros, era un poco más costosa y
lenta que la subida, a la vez que los
recuerdos se divagaban.
Las mozas se lo pasaban en grande
también. Bailaban jotas manchegas
y rondeñas en la puerta de la ermita,
sin la premura de llegar tarde a casa,
pues la fiesta se hacía desde por
la mañana y a plena luz del día. Se
tocaban guitarras, laúdes, bandurrias,
panderetas… ¡Seguro que más de una,
este día encontró novio!
También en el cerro, los comerciantes
ponían puestecitos con sacas de
frutos secos, tales como pistachos,
almendras, cacahuetes, avellanas, y
berenjenas aliñadas.
Aprovechando la romería, los
fotógrafos también hacían “su
agosto”, pues muchos eran los que
querían tener un recuerdo de este día.
Siempre había al menos, dos o tres
fotógrafos de la localidad. ¿Quién no
se acuerda de “Pitos”? Gracias a ellos,
hoy contamos con recuerdos como los
que podéis ver en este artículo.
Había tiempo
para todo, y era
indispensable la
visita del Santo en
la ermita.
Caída la tarde, se bajaba el santo
y detrás bajaban los romeros más
remolones.
Otro año más, tocaba día de resaca
después de un magnífico día de
romería festejando al patrono de
labradores y ganaderos de Alcázar
de San Juan, que aún por los
años cuarenta y cincuenta, eran
numerosísimos en nuestra localidad.
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Revista San Isidro 2015

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